Entrevista a la hermana de César Vallejo

Cesar Vallejo familia

Ilustración: Carlos Medina «Carlicaturas».

Palabras de Natividad Vallejo a sus 96 años. Publicado el miércoles 21 de abril de1982 en el Diario Marka, Lima.

Su sobrino César Vallejo Infantes la conduce hasta nosotros. Pero antes de saludarnos se acercan los nietos, los sobrinos nietos, las vecinas, y la saludan, la besan con ternura. Y ella, de inmediato, entabla breves charlas simultáneas con uno y otro, hasta que se despide de parientes y vecinos con un leve movimiento. Su sobrino nos presenta.

Afectuosa, locuaz, y soprendentemente lúcida, hasta cuando afirma con energía de sus ojos parte veloz un destello amable. Pero ese mismo destello es casi ocultado cuando su memoria quiere rescatar un fragmento pasado. Y sólo desaparece totalmente cuando habla de ingratitudes y de riesgos.

Lo único inmóvil en su rostro es una finísima sonrisa. Le decimos que queremos hablar sobre la familia Vallejo. Le decimos que estamos sorprendidos por su extraordinario parecido con su famoso hermano. Y para recibir sus palabras, su sobrino César Vallejo Infantes, Hugo Manrique, el fotógrafo Aspilcueta y yo, instalamos en torno a ella un silencio impecable.

«Es que todos los Vallejo tenemos una sola cara. Nos parecemos. Ahora, claro, yo tengo 96 años, ya tengo los ojos chicos; pero yo y el poeta teníamos los ojos grandes… César, sí, César tenía ojos para ver hasta entre las piedras».

«Nosotros hemos sido 11 hermanos, éramos una familia bastante unida. Mi padre era un intelectual, en la casa siempre había libros, leíamos desde niños. Pero mi madre no tenía profesión, ella nació y se crió para casarse, para ser una mujer de casa, era muy hacendosa, muy cariñosa. Los dos hacían una verdadera pareja: cultos, religiosos, caritativos con los pobres. Era un matrimonio bien unido, había en casa felicidad, paz, mucha serenidad. Y los hijos jugábamos, inventábamos juegos. Cuando niños, yo, Aguedita y César, jugábamos a sacar versos. Pero César desde los nueve años sacaba versos hasta del murmullo del agua, de los chorros que corren entre las piedras. A esa edad él era ya el poeta de la familia y todos éramos muy unidos, pero entre todos nosotros, se llevaba mejor con Víctor, con Néstor y conmigo. Es que yo era muy alegre, soy alegre y muy habladora. Y además nos unía la política porque yo siempre he luchado, y eso nos acercaba más… en Santiago todo era diferente… Yo quiero volver allá pero no me dejan, dicen que no puedo. ¿Cómo no voy a poder? Yo he caminado mucho, he viajado a cada rato, siempre con mi esposo. Cuando él estaba nos íbamos para todos lados, por las haciendas, por los pequeños pueblos y por los grandes. Pero le voy a confesar un secreto a mí me decían «La Joya». Siempre creyeron que yo era lo más bello de la familia. Todos me trataban con cariño. César me halagaba desde niña. César tenía mucha alegría en su espíritu, pero no era extremoso. Hablaba siempre con seriedad, desde joven. Era alegre sí pero no extremoso. ¿Sentido de la jarana del baile? No, nunca, el no era así, le gustaban las pallas, los huaynos, cantaba algunos versos, pero no era extremoso. Teníamos muchos amigos. ¿Rita? Sí, claro, yo me acuerdo de Rita Uceda, ella era mi amiga de infancia, compañeras de colegio, nos peleábamos mucho en la escuela, entonces mi madre nos hizo comadres para que nos respetemos. El poeta se enamoró de ella con un amor de gente decente, algo muy íntimo, pero han hablado mal de ese amor. Tampoco eso respetan. ¡Y ya cuántos años han pasado! Ahora tengo 96. Yo soy menor que Aguedita, soy la penúltima, después de mí viene el poeta. Cuando se fue a Europa yo ya estaba cansada, y no lo vi cuando se fue, estaba en Chiclín con mi esposo. Han pasado tantos años y así todo termina en la vida. Vienen las enfermedades, los dolores a los huesos. Pero mi enfermedad es moral y física. ¿Por qué es moral? por el sufrimiento que hay en el alma, por los sufrimientos, que nos quita lo mejor que hay en uno. Tanto es lo que uno sufre».

DOS

«Siempre nos hemos ocultado de los que vienen a cada rato. Yo no quiero hablar con gente que no quiere a mi hermano, que no lo respetan. Mi hermano Néstor siempre nos decía: «Nada con los periodistas, nada con esos que vienen a preguntar por el poeta». Cuando vinieron unos argentinos, otra vez mi hermano Néstor: «Natividad, cuidado con estar hablando con esa gente…» Es que tienen que tratarlo con respeto. Aquí nunca lo han querido, ha sufrio mucho aquí. Ahora dicen que han filmado una película sobre el poeta. ¿Venezolana? ¿Argentina? Ah, venezolana. Me dijeron que César Miró estaba buscándome, vino varias veces, no sé si era para esa película. Pero yo estoy enferma, y, bueno, él estaba muy apurado, no lo vi».

TRES

«Yo no me voy a olvidar nunca del poeta. Yo quisiera tener salud para ir a responder a los que ahora quieren traerlo. Si él está descansando allá en París, que lo dejen allí tranquilo. Aquí en el Perú nunca lo han querido, lo veían sufrir, le tenían envidia, nadie le daba una mano, si hasta lo metieron presos por calumnias. Si lo traen aquí se va a perder. Hay mucha ingratitud en el Perú. Ese señor Luis Álberto Sánchez no le tenía afecto. Cuando pudieron ayudarlo no lo hicieron. ¿Qué cosa quieren ahora? Yo hablo así, a mí me gusta la verdad, yo no guardo nada, lo digo todo. Georgette, ella sí lo ha defendido. Ahora la gringa y yo estamos enfermas. ¿Quién lo va a defender cuando quieran hacer negocio con él? La gringa es muy buena pero es muy caprichosa. Es que la gringa tiene un dolor: cuando quiso traer a su muerto fue a todos lados y nadie le hizo caso. Ahora, pues, no quiere que lo traigan, y yo tampoco. Hace poco me mandó decir que no firme nada, que no dé ningún permiso, pero qué permiso voy a  dar para que traigan a mi muerto. No es necesario que me lo diga porque estoy de acuerdo con ella. No quiero que lo traigan a un Perú donde hay tantos niños desnutridos, tantos pobres, tantos desocupados. Cómo voy a dar permiso. Yo siempre he querido mucho a los niños y a los obreros, por eso a mí tanta pobreza me duele. Yo quisiera tener salud para ir donde Belaúnde y decirle: ¡Qué interés tiene usted con mi hermano!, ¡qué quiere con él!, ¡déjenlo tranquilo!»

(Tan vigorosamente ha pronunciado estas palabras , que de pronto parece agotada. Su sobrino la mira sorprendido. Hay ahora un silencio diferente que hubo al comenzar neustra conversación. Su sobrino le pregunta si quiere una taza de café. Y la compañera Nativa desde sus 96 años dice que no con un leve gesto. Entonces le decimos que los versos de su hermano son emblemas de la lucha de los pueblos, que hay estudiantes y trabajadores que verdaderamente le respetan.)

«Es que esos señores quieren hacer negocio, quiere maltratarlo otra vez. ¿Quiénes lo queiren? Los obreros, ellos sí aman a mi hermano, ellos lo quieren y yo les agradezco que lo quieran…» Mientras hablaba se ha ido poniendo de pie y entenmos que debemos despedirnos. Nos acompaña hasta la puerta. Nos despedimos con mutuo afecto. Y ya a unos paso de ella nos envío un augurio: «que tengan suerte en la vida», dice, y tra vez sorprendemos inmóvil en su rostro su finísima sonrisa.

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