Julio Ramón Ribeyro defiende la alquimia

Motivos de Ribeyro para valorar la alquimia. Revista Cielo Abierto, Volumen III, N° 7. Lima, Febrero de 1980.

Ilustración: Javier Prado

La alquimia, hoy

La más reciente edición de la Gran Enciclopedia Universal Larousse dedica apenas a la alquimia un cuarto de página y la despacha en términos desdeñosos calificándola de «teoría aberrante». La difundida revista Sciences et vie decreta en un artículo que la alquimia dejó de existir desde comienzo de siglo, cuando se impuso la concepción «atomista» de la materia. Una Historia de la química tomada al azar califica la doctrina alquímica de «conjunto de sistemas voluntariamente esotéricos». Estos ejemplos prueban que la ciencia oficial sigue manteniendo frente a la alquimia una posición reservada, cuando no francamente despectiva o irónica. Se la considera como una protoquímica, desprovista de todo valor probatorio y de todo fundamento experimental.

A pesar de esta actitud, es cada vez más notorio en los últimos años un resurgimiento del interés por los estudios alquímicos. Dos revistas le han dedicado recientemente números especiales. Una nota bibliográfica contenida en una de esas revistas reseña cerca de 300 obras sobre alquimia publicadas solamente en francés desde 1945. Textos alquímicos clásicos, muy difíciles o imposibles de encontrar, se están reeditando, muchas veces en ediciones facsimilares. Revistas literarias o libros de arte traen cada vez con más frecuencia ensayos que enfocan obras de autores famosos valiéndose de nociones alquímicas. En un plano más superficial, como es el de la tira cómica, un número especial del PATO DONALD incluye una historieta en la que se ve al Tío Mac el Rico convertido en alquimista, en pos de la Piedra Filosofal. Tanto al nivel de la investigación seria como de la manipulación de la cultura popular el atractivo actual por la alquimia parece evidente.

Para explicarse este fenómeno es necesario situarlo dentro de un marco más amplio, que se caracteriza por el retorno de diferentes formas del llamado conocimiento tradicional. Este movimiento espiritual, nacido en medios intelectuales decepcionados del cientifismo triunfalista que perdura desde la época del Positivismo, se ha ido extendiendo y popularizando, hasta convertirse en un fenómeno de sociedad, patente con el auge de la astrología, el yoga, el tantrismo, la adivinación, la cábala, las místicas orientales o los movimientos milenaristas. Fenómenos de esta naturaleza se producen en épocas de desagregación social, de incertidumbre ideológica y religiosa, como ocurrió en Alemania después de la Primera Guerra Mundial, antes del surgimiento del nazismo, durante la llamada «ola oculta» o boga del ocultismo. Una sociedad como la actual, cuyo carácter materialista, tecnocrático y compulsivo no necesita resaltarse, predispone a este tipo de actitudes, que implican la glorificación de ciertas formas de lo irracional.

Dentro de este cuadro, sin embargo, la alquimia constituye, un caso aparte. Se trata de la más secreta y cerrada de las ramas del conocimiento hermético, lo que le ha preservado hasta ahora de una vulgarización excesiva y de una utilización comercial. A diferencia del yoga, el budismo Zen, las artes marciales, etc., no existen academias de alquimia, ni maestros ambulantes que den cursos públicos y pagados, ni congresos de especialistas, ni propaganda en diarios y carteles, ni santuarios consagrados a este saber. Su auge, sin estar desligado de la atracción contemporánea de lo esotérico, obedece a otros factores. Entre ellos, un reexamen de su naturaleza y sus modalidades,  gracias a una lectura moderna de los viejos textos; la acción de algunos maestros en círculos muy restringidos, pero cuya enseñanza ha trascendido; y, a pesar de la irritación de los paladines del racionalismo, la verificación de la ciencia actual de las aserciones de la alquimia tradicional.

En lo que respecta a la naturaleza de la alquimia se da ahora por sentado que no se trata de una química primitiva, de una indagación infantil o extravagante sobre la composición de la materia -con su cortejo de magos fabricantes de oro, según la iconografía popular-, sino de una ciencia sagrada cuyo origen remonta a varios milenios y se encuentra relacionado a todas las culturas con la tradición esotérica. Mircea Eliade, entre otros, ha recalcado el linaje y la continuidad de este arte, ligado en su origen al tratamiento de los metales y que ha sobrevivido, bajo formas más ramificadas y sutiles, a lo que Gastón Bachelard -uno de los impugnadores de la alquimia- llamó «la formación del espíritu científico». Ello se debe a que la alquimia sobrepasa el marco de la manipulación metalúrgica e implica una reflexión sobre el hombre y el universo, es decir una doctrina.

(…)

En resumen, después de lo expuesto, podría sacarse algunas conclusiones sobre alquimia, si bien para uso puramente profano, pues no es otro el objetivo de esta nota. Técnica metalúrgica inventada por los herreros de la protohistoria, transmitida a los orfebres, los acuñadores de moneda y finalmente a los buscadores de la transmutación áurea; doctrina espiritualista, encaminada a eliminar nuestras impurezas y contradicciones y llevarnos hacia la verdad, la unidad y la perfección; teoría filosófica empeñada en encontrar una explicación coherente del universo, del hombre y de la vida; reglas de conducta capaces de orientarnos en nuestra vida cotidiana a fin de que nos aproximemos, a falta de alcanzarlos, a nuestros objetivos primordiales. La alquimia es probablemente algo de eso, todo eso y más que eso. En todo caso es un ámbito que se abre a nuestra curiosidad, nos invita a reflexionar sobre temas que constituyen preocupaciones humanas perdurables y nos propone vías de conocimiento y eventualmente formas de acción que, por abruptas que sean, contribuyen a ensanchar el campo de nuestra conciencia.

Y para concluir, no con el objeto de confundir al lector sino para recordarle el celo con que los hermetistas guardan las puertas de su dominio, citaré las palabras de Claude d’Ygé, otro de los comentaristas más respetados de la ciencia sagrada,:

«Los que piensan que la alquimia es unicamente de naturaleza terrestre, mineral y metalúrgico, que se abstengan. Los que piensan que la alquimia es estrictamente espiritual, que se abstengan. Los que piensan que la alquimia es solamente un símbolo utilizado para revelar que el hombre es la materia y el recipiente de la Obra, que abandonen».

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